• Instituto Sonorense de Cultura

  • 01 (662) 212 6570 y 01 (662) 212 6572
  • direccion@isc.gob.mx

Tengo, luego existo


“Tengo, luego existo”. Es el nombre de la exposición de dos jóvenes y brillantes artistas sinaloenses: Lucía Oceguera y Melissa Padilla (aka Mucha Miel) que se presentó la noche de ayer en el Museo de Arte de Sonora. “Tengo, luego existo” remite inmediatamente a aquella máxima icónica de la filosofía dicha por Descartes: “Pienso, luego existo”. Más allá de esa declaración de intenciones, esa frase, de apenas tres palabras y una coma, encapsula un cuerpo discursivo tan potente como profundo.

 

“Tengo, luego existo” bien podría ser el nuevo axioma de nuestra sociedad posmoderna, podría resumirnos aquello que el filósofo francés Guy Debord, como un oráculo pesimista, nos contó en “La sociedad del espectáculo” donde partiendo del concepto del fetiche de la mercancía de Marx desenmaraña el pesado laberinto donde el ser humano empieza a transitar hacia el mundo del espectáculo, es decir, hemos pasado de vivir la realidad a vivir una representación de ésta, una especie de simulación perversa, de simulacro estéril, todo bajo esa tiranía del capital que nos hace estar sujetos a las lógicas del deseo, del hiper-consumismo, de la tautología del tener por tener (que se cimenta en la necesidad de pertenencia, en la construcción de un status quo frívolo e indolente).

 

Porque como espectador, entrar a la exposición montada en Musas a observar las obras de Melissa Padilla y Lucía Oceguera es internarse a un catálogo de lo cotidiano, a una reflexión honesta y sentida de la narcocultura en Culiacán-cuna de este fenómeno- y sus afecciones en el imaginario colectivo. Mucho se ha hablado de la narcocultura y generalmente se hace desde un pensamiento binario, dicotómico: De su espectacularización y una superficial glamourización que sirve como una burda apología-incontables son los productos culturales y comerciales con lo que nos bombardean los medios de entretenimiento y comunicación- a la satanización que lleva a una generalización a menudo moralina y atávica.

 

II La cotidianidad de lo buchón. Lo barroco como bandera

 

La inauguración corre a cargo de la directora general del Instituto Sonorense de Cultura, Beatriz Aldaco Encinas, que señala la importancia de abrir las puertas del museo a las y los artistas jóvenes emergentes con propuestas tan vanguardistas como de impacto social. La acompaña el director de Musas, Octavio Avendaño y el curador de la exposición Abraham Palafox. Ahí también están las dos artistas, llegadas desde Culiacán.

 

Lo primero que sobresale es una pantalla larga, casi como un celular gigante. En esa pantalla está una animación de Melissa Padilla. Como si fuera una barbie: cambiando de atuendos, de productos-fetiche. Hay una reivindicación oculta ahí, una resignificación de los lugares comunes y los clichés que se dicen de la subcategoría de la narcocultura que es “lo buchón”. La obra de Melissa/Mucha miel enfocada en el arte digital, sin dejar de reconocer su talento con el óleo, es barroca, maximalista, cargada de elemntos y ornamentación y de un provocador resabio popular: vemos a mujeres-muchas de esas mujeres es ella- ataviadas con prendas de marca, en carros deportivos último modelo, con diamantes y tatuajes: signos de identificación con “lo buchón”; pero que sin embargo, es el trasfondo de la imagen donde descubrimos la trascendencia de su mensaje: la cotidianidad de vivir en un lugar que hace del tener su motor de vida, la violencia que las rodea (vemos camiones en llamas y helicópteros sobrevolando). Hay, también, una intención por subvertir la cosificación de la mujer, alejarla del “male gaze” (o la mirada masculina/machista). La figura femenina en Melissa no está a la espera de ser vista por el hombre, sino que hay una resignificación del papel femenino en la sociedad,

 

Y sin embargo, hay también otra parte de la serie artística de Melissa que nos lleva al sendero de la memoria. De su memoria. Sus obras son también postales que encapsulan postales icónicas de la construcción de su identidad, de la identidad sinaloense: músicos de tambora tocando en el malecón de Mazatlán, ella en cunclillas con el fondo del supermercado del Ley, ella en uniforme escolar paseando en bicicleta con un amigo suyo al que le rinde homenaje a las afueras de la pequeña tienda de abarrotes “Los Álamos”. Hay un homenaje a su abuelo, camionero y la ruta “Nuevo Culiacán”. Son pequeñas entradas que Melissa nos da a su experiencia, a su memoria, ese artefacto luciferino. Si antes hemos hablado de “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord, valdría la pena retomar su teoría de la deriva para explicar la obra artística de Melissa. Las imágenes urbanas que engalanan la galería son representaciones surgidas desde una nostalgia y vivencias empíricas de la artista. Debord proponía la creación de una geografía de la ciudad que fuera nueva, retomada por la mente del artista, surgida del vagar por la ciudad que se recorre. Desde una óptica más poética, la teoría del filósofo francés tiene puntos de encuentro con lo que decía Pessoa de que viajar es perderse, perderse en los adentros de nuestra mente.

 

Melissa, amante de la música de banda y con experiencia haciendo portadas musicales a artistas del calibre de Alemán o Natanahel Cano, abraza esa estética barroca popular, a hipérboles visuales que transmiten y provocan, que relatan desde una visión pura la poética de lo cotidiano en una sociedad tan compleja como la sinaloense- y norteña y mexicana-.

 

III Haikus buchones

 

El otro lado de la exposición es para Lucía Oceguera. De corte más conceptual, Lucía explora su visión desde lo que llama “minimalismo buchón”. Si en Melissa encontramos un gusto por lo barroco, por lo popular, en Lucía viajamos al otro extremo.

 

Lucía nos presenta una obra tan bella como lúdica, tan conceptual como irónica. Como una miniaturista y poetisa de lo cotidiano, la artista transita por el camino de la resignificación formal: a los objetos de marcas -Gucci, Prada, Swarovski, etc.- Lucía traza mensajes cifrados que parecen dispositivos geométricamente perfectos que sirven como juegos para echar a andar la imaginación. También vemos bolsas de diseñador de las que nacen plantas o fotografías de lugares faraónicos y majestuosos que se han visto erosionados por el tiempo, como dejándonos caer la idea de que el tiempo no perdona. Es en ese componente lúdico, casi socarrón, donde encontramos el humor de la artista sinaloense. Porque el humor para ella es uno de los últimos reductos humanistas.

 

Y sin embargo, su obra no está exenta de la crítica social: cada una de sus obras lleva un subtexto que bien haríamos en no dejar pasar por alto: alertas de las pulsiones consumistas que nos han orillado a una desconexión comunitaria, reflexiones en torno a nuestra fetichización por lo material, a la deriva hacia esta especie de necrocapitalismo o de capitalismo gore-como decía otra gran artista norteña Sayak Valencia- que nos va alienando. No hay consumo ético en este sistema y sin embargo nos empecinamos en huir hacia delante. La finitud de nuestra existencia y esas crisis existenciales las resuelve Lucía con un humor tan fino como corrosivo, mostrándonos las contradicciones de las que somos parte.

 

Si en su serie pasada-Lux-, Lucía creó un universo de lo cotidiano desde escenas miniaturas que retratan la vida moderna, en “Tengo, luego existo”, nos pone un espejo conceptual para que despertemos.

 

IV 

“Tengo, luego existo” funciona pese a la lejanía estilística de ambas artistas. Funciona por esos denominadores comunes que son la reflexión del lugar de la mujer en esa sociedad, la belleza lúdica que ambas plasman en sus obras, y por forzarnos a sacudirnos los prejuicios y observar desde ese espacio de lo cotidiano la vida en Culiacán. Por eso la exposición se siente como un resoplo de aire fresco.

 

Los epígrafes que acompañan la exposición simbolizan a la perfección el espíritu de la exposición: De versos de la canción de “Barbie girl” (hit noventero), a versos de “Material girl” de Madonna o canciones de Rihanna, mezcladas con citas eruditas de la gran Toni Morrison o del propio Guy Debord.

 

“Tengo, luego existo” es una exposición que deja eco, Mucho eco por su vitalidad.