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Un perro llamado Modigliani


Un perro llamado Modigliani

Multicultural Sonora

Unipersonal de Dettmar Yáñez

Los perros tienen una larga historia en el canon literario: De Argos-aquel can tan fiel que muere después de años de esperar a su dueño, Ulises- a Cujo, el perro diabólico de Stephen King. También podemos hablar de Ponto, epicentro de esa nouvelle tan pasional “¿Y fue él?” de Stefan Zweig o, ya como una voz protagonista, al “Timbuktú” de Paul Auster. También están presentes como un pensamiento que oscila entre lo religioso y lo esotérico y al que muchos nos aferramos: Que al final de nuestros días, cuando tengamos que dejar esta vida, serán nuestros perros los que nos guíen.

Quitando al terrorífico Cujo, el retrato que la humanidad ha hecho de nuestros queridos compañeros de 4 patas es de una inocencia, una pureza que derrama el alma y una sabiduría salvaje que delata su naturaleza amorosa y fiel.

En ese sentido aparece la obra de Multicultural Sonora titulada “Un perro llamado Modigliani”, interpretada por Dettmar Yáñez. La obra unipersonal está llena de referencias, de una coralidad de voces qu e se enciman y que ofrecen al público-nosotros- un tierno retrato de vida, una reflexión donde el perro es más humano que nosotros mismos. Desde esa mirada infantil y etérea, Modigliani- bautizado en honor al genio dipsómano-, en un acento capitalino-chilango nos va enfrentando hacia nosotros mismos: ¿por qué hacemos lo que hacemos? ¿por qué somos como somos? ¿cómo nos hemos imbuido en una espiral e aislamiento, de alienamiento, incluso con aquellos a los que nos aman y amamos?

Dettmar Yáñez ofrece una actuación tan poliédrica como rica en matices. Con tres voces que vertebran la trama (A saber: El dueño del pequeño Modigliani: un artista en crisis profesional y en su propio matrimonio. El pequeño can, que mueve la cola cada que lo ve llegar y que ladra y ladra esperando a ser entendido. Y el propio Amadeo Modigliani, un genio artístico, un demiurgo inmortal que hizo del tormento su bandera), nos van bosquejando una obra cargada de sentimientos que apuntan a un esencialismo del espíritu: las vicisitudes del amor, de la vida moderna, de la soledad.

En el “Timbuktú” de Auster, su protagonista -un perrito callejero que se encuentra en la orfandad luego de que su dueño, un hombre vagabundo, muriera- reflexiona “creo que uno de los castigos hacia la humanidad es que nosotros, los perros, nos tengamos que irnos tan pronto”. Y esa frase tiene un significado tan potente como cierto. Modigliani muere.

Pero su alma nos mantiene aquí.

Y suenan los versos de ese poema tan desgarradoramente nostálgico como lúgubre que es “Llanto por la muerte de un perro”, del gran poeta sonorense Abigael Bohórquez: “Ladrándole a la muerte, como antes a la luna y el silencio, el perro abandonó la casa de su cuerpo (…)”.

Al final de la obra, ya después de un bello y enternecedor desenlace, sube el propio Modigliani y Hope-su hija- al escenario. Y ladran.