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Van Gogh en Nueva York (o el loco del pelo rojo que se creía Van Gogh)


Jorge Celaya

Van Gogh debe ser el artista más conocido del mundo. Parcialmente. Más allá de ser exponente del impresionismo, su fama también viene precedida por sus episodios de locura, específicamente el haber arrancado un pedazo de su oreja. La obra unipersonal del actor sonorense Jorge Celaya indaga en esa historia, esa memoria, esa locura… o no.

El mérito de la obra es lograr crear una incomodidad en quien la ve: la obra es un lienzo fragmentado de recuerdos y episodios, de memorias-y aquí tenemos que recordar lo que decía Lacan sobre la memoria: un artefacto luciferino capaz de engañarnos cuando menos lo esperamos-. Hay una inconexión en lo que vemos y escuchamos. Pero ¿cómo podemos darle sentido de normalidad a una mente febril como la que interpreta Jorge Celaya? Estamos ante una especie de mimetización de una mente dispersa, a medio camino entre la locura y el genio, entre lo onírico y lo real.

A la obra la guían algunos datos biográficos y la proyección en un panel que funge como mural pero también como una habitación de manicomio las obras emblemáticas de Van Gogh: su Jesucristo, sus cafés, sus girasoles, sus noches estrelladas. Se diluye y es líquda la percepción de la realidad. Estamos viendo las memorias de Van Gogh o a una persona apropiándose de las memorias de Van Gogh. Celaya se desnuda, algo ya recurrente en sus obras y que ha perdido un poco ese efecto de provocación que podía haber tenido en años anteriores pero todo suma a lograr ese estado de incomodidad del público que observa en silencio esa narración fragmentada de una memoria atormentada.