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Destino Gritadero


 

Puro verbo teatro

Dirección: Camila Da Costa

La franquicia cinematográfica “La purga” sirvió para visibilizar muchos de los miedos de la humanidad, Miedos que ya han sido descritos con mayor talento y un mayor poso intelectual. Y sin embargo, en esa franquicia se rescatan varias ideas interesantes: la construcción de un universo distópico que pese a los hipérboles y la ultraviolencia, no podemos descartar en nuestro futuro; una crítica-con toda la contradicción que desde un producto emanado de una industria tan propagandística como lo es Hollywood- hacia el modelo socioeconómico en el que vivimos. Pero bien podríamos hablar de la obra “Destino Gritadero” del dramaturgo francés Guy Foissy como una especie de guía espiritual de todas esas obras que encuentran un dispositivo narratológico en la distopía y en la crítica a los gobiernos totalitarios, al fascismo, a la concentración vertical del poder en manos de gobiernos/o empresas autocráticas.

Destino Gritadero” es una de esas obras que envejecen con gracia y con cierto resabio profético: Tres mujeres se encuentran en una parada de camión para ir a uno de esos Gritaderos: espacios creados para que los ciudadanos vayan a desfogar todas sus emociones-de la alegría a la tristeza, de la melancolía- la bilis negra que condenó a Ajax- a la rabia, de la indiferencia a la rabia, del éxtasis a la frustración- para así poder mantener la fachada de una sociedad perfecta.

Estamos en una realidad donde el orden y el progreso son la base social. Donde el poder se ejerce desde el máximo control, como una perversión orwelliana que luego deviene en una de las pesadillas foucaltianas: el panóptico: ese sistema donde el control ya ni siquiera es ejercido a totalidad por el Estado opresor, sino por los mismos miembros de la sociedad. En esa conceptualización se mueven las tres mujeres que esperan el camión. La puesta en escena de Camila Da Costa y las interpretaciones actorales son brillantes: nos hacen sentir esa asfixia que produce la vigilancia, detrás de la aparente asepsia social impuesta por el régimen autoritario que busca la homogenización se esconde el volcán que es lo humano. La acción de la obra la destapa la tardanza del autobus que debe llevarlas al Gritadero.

Ahí se convierte en una obra profundamente irónica y mordaz, hiriente por su honestidad. Las tres mujeres van desmelenándose y se ven flashazos de su verdadera personalidad. El orden y el progreso sucumbiendo a las imperfecciones y por ende, virtudes de la humanidad. Vestidas con trajes que rozan el steampunk, las tres mujeres van desenmarañando las grietas de esa supuesta perfección social a la que les obligan insertarse y simular: la mecanización y el engranaje social, construido a partir de la homogenización, se va cuartando con cada diálogo. Debe haber más que el obedecer. Y pese a los mecanismos del gobierno opresor y la colonización de la imaginación y la creatividad, en esa visceralidad producida por el contratiempo de la tardanza del autobus, es donde encontramos la verdadera naturaleza de la humanidad.