Carlos Sánchez
La búsqueda es un motor. El impulso a explorar los diversos lenguajes. En el teatro ocurre. Y específicamente en La horma de mis zapatos, producción de KayrosarteEscénico, la búsqueda es una constante. Angélica Gómez dirige el acierto.
Los ingredientes de esta puesta se diversifican. Aquí el divertimiento, la rebelión propuesta a manera de reflexión, el discurso de género y los embates contra la mujer desde tiempos inmemoriales. Las normas sociales, el escarnio.
El tren: metáfora precisa de cuando no, ya nunca, el matrimonio.
La inteligencia es el punto de partida en la construcción del discurso. La utilería una instalación plástica. Los colores en objetos que forman parte de nuestro universo cotidiano.
La vida inscrita en la memoria. Los objetos, en este caso zapatos, zapatillas, gabardinas y sombreros, la sugerencia de los acontecimientos que nos trastocan.
Cuán importante el acierto de esta búsqueda. La gratitud es un deseo ante las actrices, los involucrados en la producción. Porque la música es una balsa que nos arrulla la memoria. Las canciones que describen la nostalgia.
Iluminación. La sutileza de penetrar en un callejón antes del amanecer y después de una noche de licor y fragancias.
Hay en La horma de mis zapatos el dolor también de la infancia, la alegría de la infancia, el recuerdo de una mañana que se instala en la memoria para siempre. Porque lo más preciado que se tuvo fue un par de zapatos y uno de ellos se rompió.
La trascendencia ocurre en la puesta a partir de magnificar con argumentos lo que aparentemente es intrascendente. La filosofía, la poesía, rondan estas asignaturas de la vida, apuntalan el eje rector de la obra. Y el cuerpo un vehículo para decirlo.
Qué chingón es mirar el rostro de una mujer comprometida con el oficio. Verla entregada a lo que se ama y es la vocación.
Ella Quintero, en su personaje, sufre de verdad la circunstancia, el tren que ha partido, la no firma en un acta de matrimonio. Y limpia los zapatos del varón en esa una espera que se posterga. En esa paciencia que le carcome los intestinos.
Hay cuerpo y cadencia. Voz y poética. La magnífica búsqueda que el espectador agradece. Porque el teatro es para el que mira, la necesidad de la sorpresa, la estética del discurso, el estruendo o el silencio que impacte la emoción.