Boletín ISC No. 046 / 30 de enero / 2015
Desde la costa a la sierra
Carlos Sánchez
Suena el acordeón. La tarola es un redoble. El bajo vibra y marca la pauta en los movimientos de espectadores que bailan.
La Alameda es la plaza que se optimiza como espacio para el concierto. Carlos Valenzuela y su grupo construyen su repertorio con las canciones de antaño, las que al final de la fiesta todos cantamos. Y bailar.
Es el Festival Alfonso Ortiz Tirado en su trigésima primera edición el que congrega. Músicos y espectadores son el complemento perfecto.
Dice Carlos Valenzuela, acordeonista y director, que él aprendió a tocar el acordeón para llevarle serenata a la mujer que le cautivó. Y esa noche, la pretendida no salió.
Ocurrió entonces la multiplicación de esfuerzos, la búsqueda de aprender una canción más, y otra, para después regresar y volver a tocar debajo del balcón. En lo sucesivo de este texto sabremos si la correspondencia se dispuso.
Mientras contaremos lo que acontece en La Alameda.
Si la apertura del programa contiene “A los ángeles del cielo te pareces”, un coro multiplicado se manifiesta. Y desde ya las parejas con un hormigueo en sus piernas, la incitación del movimiento.
“Qué bonita paloma azul”, se escucha en voz de Juan Pablo Maldonado quien también toca la guitarra. La evocación es inevitable, la danza ídem. Porque no hay quien resista un cañonazo musical que despierte la nostalgia. Porque no se puede soslayar el origen, la historia en rolas como parte de lo que somos.
Qué bonito cantan / los jilgueros en la sierra / pero más bonito cantan / en tiempo de primavera / qué bonita paloma azul / no se lleva con cualquiera / abre tus alas / para el sueño de tu amor.
Le falta suela a las botas y lustre al piso. No obstante el caballero de sombrero y cinto piteado, camisa roja, pantalón azul, extrae de su cuerpo los mejores desplantes. Frente a él una falda rosa alza su vuelo, se extiende sobre la explanada, a un costado del álamo que también con sus hojas acompaña el ritmo de Treinta cartas.
El Ringo García toca el bajo. Dice Carlos, el acordeonista, que al Ringo le gusta mucho Rosalinda. Sin más exposición, la rola que hicieran famosa Los invasores de Nuevo León suena y es una provocación para la raza. Bailar es preciso, la oportunidad preciosa.
Los danzarines ya no dejarán de bailar. Hasta que suene la última canción. Pero antes, Carlos regresará al tema de la serenata. Y contará la úuacute;ltima vez que insistió con su canto en el balcón aquel donde… ya se me olvidó si la muchacha abrió la ventana.
Lo que no se olvida es la interpretación de esta tarde en La Alameda, donde el concierto Desde la costa a la sierra, prendió a los alamenses y sus visitantes.
Obviamente esto ocurre cuando los músicos tienen el talante. Mejor line up no puede haber: David Norzagaray (el Colas) en las tarolas, Juan Pablo Maldonado en la guitarra y voz, Ringo García en el bajo, Malik Peña en las tumbas. Carlos Valenzuela, ya lo dije, además de cantar contó la historia de una noche de serenata. Varias noches de serenata.