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Un sombrero para la cabeza

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Hayde Lachino

Hay varias maneras de hacer una obra coreográfica; la más frecuente se centra en traducir en el cuerpo una idea puntual: este movimiento es el encuentro, aquel la soledad, este otro el amor, aquí indicamos que te necesito para no caer. Hay aquí una literalidad en la cual el espectador no tiene nada que hacer, porque todo está dicho sobre la escena. Este tipo de danza se centra en la creencia de que es necesario explicarlo todo, porque parte de la afirmación, harto difundida, de que el autor es un alguien especial que tiene algo que revelarnos. Su voz es un todo omnipresente.

Hay también otra manera de pensar la escritura coreográfica. Ahí está Merce Cunningham, que abrió la posibilidad de que la danza pudiera ser otra cosa;  no un asunto sólo de cosas para contar, sino de cómo ponemos en juego los elementos formales de la danza acudiendo al azar como posibilidad de organizar, en el tiempo, la sucesión de las escenas, de los movimientos. Digamos que es una forma de crear que se centra en las metodologías y que le exige al espectador completar el signo. Aquí la obra es un todo que se construye entre coreógrafo, intérpretes y espectadores.

El problema con la danza del primer tipo, es “que va al grano” con absoluta certeza, en los primeros minutos de la obra ya sabemos a lo que va, lo que nos quiere decir, y el resto del tiempo la único que queda es ver variaciones de esencialmente lo mismo. En ese “ir al grano”, no queda espacio para el espectador, porque el signo está cerrado, no es necesario entonces activarse, participar de la obra, porque todo está dicho.

Best of you es la pieza que presentó la agrupación española La Intrusa, una creación de Virginia García y Damián Muñoz. Ambos, unos bailarines de peso escénico, cuyo movimiento está lleno de cualidades y calidades que revelan un largo trayecto en la danza, saben estar en el escenario, habitarlo, generar una importante conexión entre ellos y con Clara Peya, pianista que participa de la escena como contrapunto a la relación que establece la pareja, ya sea desde su lugar sentada frente al piano o interviniendo directamente en las escenas que Virginia y Damián van construyendo…Y sin embargo no es suficiente, ni siquiera contundente.

En este “ir al grano”, la pieza se convierte en “un seguir a los personajes” dirá el cineasta David Mamet, un ir tras los auténticos sentimientos de los protagonistas. Formalmente el fraseo, los acentos, la manera de resolver el discurso del movimiento, de usar el espacio, de vincularse con la música, es siempre la misma, tan la misma que se intuye una suerte de automatismo, una naturalización de pensar la escena y si algo no es el arte es justamente esa naturalización, ya que todo en él es artificio o como dirá Adorno, la forma que la razón da a la subjetividad. Los lenguajes que participan de la pieza están en la misma frecuencia: la música nos dice lo mismo que el movimiento, que la voz, que la iluminación. Un pleonasmo nos dice la literatura, algo así como aplaudir con las manos o un sombrero para la cabeza.