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Memoria y autobiografía


En 1847, el mundo vio la publicación de “Las memorias de ultratumba” de François-René de Chateaubriand. Un libro extraordinario, lleno de rarezas, extrañezas y poéticas que nacen desde la memoria. Evidentemente, no es la primera autobiografía literaria, pero sí es, quizás, la más relevante por su arquitectura narratológica, por su desafío a la historia, al tiempo, a su época, a la propia memoria. Proust, que prologó la versión terminada escribió: “Un templo de la muerte erigido a la luz de los recuerdos”, sobre la obra de Chateaubriand.

Escribir una autobiografía es un ejercicio ególatra porque es el Yo (el verdadero Yo, ya no ese reflejo autoral que se construye desde la ficción) que ocupa del revisitar ese espacio mental llamado memoria (ese artefacto luciferino, casi siempre caprichoso que es capaz, según Borges, de re-escribir la realidad) y que ha tenido grandes exponentes en las últimas décadas insertas en los nuevos paradigmas de la literatura: la fragmentación de los grandes relatos, la deconstrucción de la visión objetivista, la erosión de la linealidad temporal. Podremos recordar “Los hechos” de Philip Roth, la sexteta de novelas del autor noruego Karl Ove Knausgard, quien con pulsión proustiana ha entregado una obra tan compleja como profunda, o bien podríamos transitar hacia figuras tan versátiles como lo es Patti Smith, ícono del punk y su bellísima (“El año del mono”).

Contarnos es lo que da sentido a nuestra existencia. Es testimonio de nuestro paso -temporal, efímero si atendemos a la lógica del universo- por esto que llamamos vida y nos sirve para reflexionar y ser autoconscientes. Es, si podemos reducir, nuestro ejercicio de reafirmarnos a nosotros mismos. Por eso, el día de ayer, la Sala de Arte del Instituto Sonorense de Cultura, se llevó a cabo la presentación del Taller de Autobiografías de la Universidad de Sonora.

Clara Luz Montoya, coordinadora de Literatura del ISC señaló que: “Las escritoras autobiográficas Teresita Cincunegui, Ana Alicia Valenzuela, Norma Ramos, Isabel Cristina Flores, María de los Ángeles Orduño, Lucía Ordóñez, Ana Imelda Martínez, Olivia Quevedo, Sandra Cruz, María Dolores Acosta y Yolanda Treviño, entre otras mujeres y hombres, aprenden en el Taller de Autobiografía que dirige el maestro Francisco González Gaxiola, en la Universidad de Sonora, a articular sus recuerdos, traerlos al presente e hilvanarlos en historias que escriben, leen y comparten en el taller, con voces unas veces nostálgicas, otras alegres, pero casi siempre; sanadoras”.

Asistimos a testimonios hermosos, bellísimos, divertidos, reflexivos: Un día nos levantamos en Uruguay, en el final de la dictadura militar que destruyó tantas familias durante 12 años, para comprender que nosotros nos reconocemos a través del otro. Después, asistimos a Guaymas, a esos parajes pesqueros de una ciudad donde el tiempo transcurre de diversas  formas; o a Navojoa a revisitar una infancia. Todos sanamos. Todos somos.

La Sala de Arte ayer, tuvo ese tono confesional, ese aire que nos recuerda al método del gran Georgés Perec: Toda historia es digna de ser contada.