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Teoría unificada sobre la muerte


La tecnología nos ha alcanzado: un hombre, en la mitad de sus treintas, está sentado en la soledad de su sala. Lo acompaña una taza de café a medio llenar y ya tibia, un libro sobre la fenomenología de Husserl, el número 32 de la Revista Mexicana de Física (que sale semestralmente y para este número lleva como portada la investigación donde científicos de la Universidad de Viena han logrado, por primera vez, voltear la dirección del tiempo en un fotón) y una melancolía que lo atenaza desde la muerte de su madre hace 10 años. Como un estado perpetuo. Su laptop está prendida y es la única luz de su casa. El hombre entra al Chat GPT (un programa donde la Inteligencia Artificial es capaz de sostener una charla coherente y casi humana) y hace su pregunta.

 

“¿Qué es la muerte?”

(Aparecen los tres puntos suspensivos que en el nuevo lenguaje todos sabemos que significa que nuestro interlocutor está escribiendo).

 

“La muerte es el cese irreversible de todas las funciones biológicas que mantienen vivo a un organismo vivo. Cuando un organismo muere, el corazón deja de latir, el cerebro deja de funcionar y los órganos y tejidos empiezan a deteriorarse. La muerte puede ser causada por una variedad de factores, incluyendo enfermedades, heridas, envejecimiento u otras condiciones médicas. Es una parte natural e inevitable del ciclo de la vida y ocurre en todos los organismos vivos, que van de unicelulares a complejos seres multicelulares como los humanos. La muerte puede ser una experiencia difícil y emocional para aquellos que se han quedado, pero es una parte esencial del orden natural de la vida”.

 

El hombre malabarea la taza de café tibio. La deja en la mesa y vuelve a escribir.

 

“¿Cómo puedo superar la muerte de mi madre?”

(Otra vez los puntos suspensivos)

 

Esta vez la respuesta de la Inteligencia Artificial es aún más genérica y parece un manual de un libro de autoayuda que venden en las librerías de los aeropuertos.

 

Lo cierto es que el duelo es un acto tan universal como específico. El gran músico Nick Cave se adentró en un viaje tan profundo como atosigante tras la muerte de su hijo que pudo desencadenar en esa oda al dolor que es su disco más personal ‘Skeleton tree’; la escritora norteamericana Joan Didion escribió “El año del pensamiento mágico”, uno de los libros más melancólicos tras la muerte de su esposo, donde relata ese primer año tras la ausencia de su pareja y cómo la cotidianidad va careciendo de sentido. Y si la muerte es de la madre, hay una oquedad mayor, un poso emocional que se convierte en un abismo. El pintor simbolista polaco Stanislaw Wyspianski, aún en su lecho de muerte, pintaba aquella imagen que se le quedó grabada de la muerte de su madre. Se pintaba él, de 7 años, abrazando el cuerpo de su madre postrado en cama. Frida Kahlo pintó un autoretrato sosteniendo una pintura de su madre ya fallecida.

 

Por ese derrotero entra el último libro del escritor sonorense Franco Félix: “Lengua dormida”, que se presentó este jueves en la Sala de Arte del Instituto Sonorense de Cultura, la novela más personal, íntima y honesta de un autor que se ha encumbrado como una de las voces jóvenes más relevantes del panorama literario en México.

 

“Lengua dormida” tiene su origen en la muerte de la madre del autor. A partir de ese punto, doloroso e hiriente, Franco construye una novela única donde dialoga con su madre fallecida. Para ello, Franco se convierte en una especie de detective, en un biógrafo, un hagiógrafo, un funambulista, un explorador en la vida de su propia madre. El núcleo de la historia es encontrar en el pasado y en su propia memoria, pistas de quién era su madre. Parte de una huida hacia delante y que permite al autor, conocer, matidarz indagar, homenajear a su madre. Franco, fiel a su estilo-ese estilo que lo emparenta directamente con ese ludismo bipolar de Foster Wallace, el genio de Barthelme, lo inclasificable de Pynchon-, va construyendo un complejo dispositivo narratológico, bordeando lo lacaniano, que deja que echemos un vistazo sin distractores a su alma, a su persona, ya no como autor, sino como ser humano.

 

“Lengua dormida”, como antes fue “Kafka en traje de baño”, “Los gatos de Schrödinger”, “Los mil monos muertos” o “Maten a Darwin”, sigue mostrándonos las pulsiones de esa mente febril que es Franco Félix, y sin embargo, algo se siente diferente. Un lazo tan íntimo como desgarrador. Algo humano, demasiado humano. “Lengua dormida” es también una necrológica sentida, un indagación en el lenguaje, en su complejidad-y necesario es decirlo: inútilidad-, porque Félix explora ese otro lenguaje, más sustancial y esencial, que es el silencio. Sus disertaciones también van encaminadas para allá.

 

Hace unos años, la artista mexicana Gabriela Fuchs, llevó las cenizas de su padre a un laboratorio de la UNAM, ahí, con un microscopio observó ese polvo que alguna vez fue. Lo que encontró fue un universo: galaxias y constelaciones. Un espectáculo visual que hace pensar en la idea del alquimista y egipciólogo francés René Schwaller de Lubicz que señalaba que en la antigüedad se sabía que la conciencia humana se inscribía indeleblemente en los huesos y que así podía continuar su proceso de evolución, esto por el residuo de la ceniza que es irreductible a lo que llamó “sal fija” y que sería la conciencia humana.

 

Franco Félix dice: “Creo que esta novela incide en la idea de que no todo está dicho sobre la muerte, que hay infinitas formas de seguir abordándola”.

 

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El hombre del inicio del relato, presente en la presentación de “Lengua dormida”, regresa a su casa y se dispone a dormir con la certeza de que en el mundo onírico volverá a ver a su madre.