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Sueños de libertad


Pasamos poco más de un tercio de nuestra vida durmiendo. Entonces, es justo decir que pasamos más de un tercio de nuestra vida soñando, habitando ese mundo onírico: un mundo tan amplio que va de las menudencias de nuestro día a día a aquel de lenguajes proféticos, absurdos, irreales y sin aparente sentido. Los sueños, han sido un enigma para el ser humano desde nuestros albores. En 1962, el erudito Roger Caillois publicó una antología llamada “El poder del sueño”, en la que recopila el peso onírico en la literatura y en la humanidad. En el prólogo, el intelectual francés describe cómo aún en el presente, los sueños nos siguen siendo esquivos, desprovistos de significado pese a los intentos-desde las religiones hasta el psicoanálisis- humanos por hacer una taxonomía de ellos. También, de forma paralela, Caillois explica que los sueños no se limitan a nuestro estado inconsciente de nocturnidad, sino que, en veces, usurpan nuesto estado consciente para presentarse como deseos, oráculos, premoniciones, ensoñaciones que vibran y nos hacen dudar de si lo que estamos viendo y escuchando es real o no.

Vamos a contextualizar. Lugar: Palacio Municipal de Álamos. En el escenario está el maestro Horacio Lagarda recibiendo el Reconocimiento a su trayectoria a manos de la directora general del Instituto Sonorense de Cultura, la maestra Beatriz Aldaco Encinas. Atrás de ellos está la Orquesta Filarmónica de Sonora y su director, el maestro Héctor Acosta. En el protocolo, hay una persona con sombrero y saco de tweed. Se trata del compositor más importante de Sonora y de México: el maestro Arturo Márquez.

Empieza la música: Alas (a Malala). Poderosa, melancólica, esperanzadora. La música sostiene al Palacio. O esa es la imagen que todos los presentes hemos decidido, colectivamente, ver. Hemos entrado al mundo sonoro de los sueños y no nos hemos dado cuenta. El maestro Acosta se mueve de forma trémula. Cada uno de los integrantes de la Orquesta interpreta a la perfección.

Una pausa. Aplausos. En los fondos del escenario se acomodan los miembros del Coro de cámara de la licenciatura de Música de la Universidad Sonora. Va a iniciar la obra del maestro Arturo Márquez, la Cantata Sueños.

La mezzosoprano Alejandra Gómez y el barítono Juan Carlos Heredia se presentan al público. “Es un sueño todavía”. Dedicada y en honor al gran músico, activista e ícono Guillermo Velázquez. A cada pausa, una voz femenina y hermosa recita: “Soñe que soñando estaba/ un sueño que yo soñé, y en el sueño desperté soñando que no soñaba(…)”.

La segunda pieza es “Sin lamento”, basada en una carta del Jefe Seattle dirigida al presidente de Estados Unidos en 1852 Franklin Pierce en 1852, es un alegato potentísimo de la lucha por la libertad, el respeto por sus pueblos, y por la tierra. Escuchamos la voz potente del barítono repetir: “ No podemos esperar por un mañana que es ahora. El suelo está enriquecido por nuestros muertos. No hay camino para la paz, la paz es el camino. El hombre es de la tierra”. Proclamas tan bellas y repetidas en los confines de todas la tierra; desde Franz Fanon y su decolonialismo al zapatismo de la Revolución mexicana.

La tercera pieza es “Aforismos”, una exploración sonora influenciada y dedicada a Mahatma Gandhi. Ícono y símbolo de la resistencia pacífica, la desobediencia civil, la dignidad de los pueblos. La Orquesta Filarmónica, dirigida por el maestro Héctor Acosta ha mutado a ser un animal rumiante del que solo salen perfectas notas, notas que calan y captan ese sentido de la obra de Arturo Márquez.

En este punto, ya sabemos el denominador común de la cantata. Y hemos de recordar que “sueños” es una palabra polisémica, aunque en el Palacio, seguimos atrapados en ese estado de vigilia mágico provocado por la música. La obra del compositor sonorense reboza humanismo, es un alegato bellísimamente construido desde una arquitectura sonora genial y es una carta de amor a la libertad, a la lucha contra las injusticias.

“Tengo un sueño” (o “I have a dream”). Pocas frases han tenido tanto peso en la historia moderna. Es el arranque del discurso de Martin Luther King. Todos los sueños son utópicos. Por esta noche, nosotros vivimos la utopía.