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Allá en el cielo


En el cuento “El Sur”, el Borges narrador-ya inmerso en ese juego metatextual- decía un aforismo tan profundo como certero: “A la vida le gustan las sincronías y los leves anacronismos”. La noche de ayer, el concierto de la soprano María Li, habitó esa frase borgeana: Punto de partida de historias donde confluyen el pasado y el presente, donde se avisa del futuro; historias que parecen atadas por una mano invisible, por una mente simétrica que gusta de poner coincidencias y concordancias temporales.

Explicamos: la joven soprano sonorense María Li Ferrales ofreció un concierto bellísimo, profundo, que nos llevó de la melancolía al romanticismo, de aquella belleza trágica a la canción cubana. Arranca el concierto en los dedos del pianista cubano Ángel Rodríguez, tótem de la escena musical, y la voz de María Li que hipnotiza. Sentimos el peso de Rinaldo y su odisea por el amor de Almirena. La performance de María va ganando seguridad, su voz es un lienzo con el cual encandila y su juventud es vitalidad pura. Donizetti, Puccini, Delibes, Gounod, Kalmán, no hay aria que no transmita, no hay pieza que no nos diga con todo orgullo del futuro brillante que se le adivina a María Li.

¿Y cómo no? La historia de la joven sonorense es una obra en sí misma. Hija del gran tenor y maestro Jesús Li Cecilio, motor del desarrollo de la pujante escena lírica en Sonora y de la soprano Marybel Ferrales, el talento se confirma como algo genético. María canta y transmite la misma fuerza que la de su padre. Fallecido meses antes de su nacimiento. Transmite. Cada nota, cada movimiento, María lo canta como si no existiera nada más. Heredó, también, el carisma de su madre: esa ensoñación natural de dominar el escenerio.

“A la vida le gustan las sincronías y los leves anacronismos”. En 1995, Jesús Lí y Marybel Ferrales se presentaron en el Festival Alfonso Ortiz Tirado. Iluminaron la noche con un dueto que dejó sin aliento al auditorio. Esa noche, nadie sospechaba de la importancia capital de ese par de artistas cubanos que habian recorrido el mundo cantando. El 25 de mayo del 2000 (y cumpleaños de Marybel) la tragedia caería. El fallecimiento de Jesús Li Cecilio en un accidente en su casa. Marybel se encontraba en Guadalajara, en el Teatro Degollado, lista para una presentación y ya con María, su tercer hija, en el vientre. 28 años después de aquella noche de Álamos, María se ha apoderado del mismo escenario.

Pasado el intermedio, la joven soprano, ataviada de un bello vestido negro, nos lleva de la mano a sus raíces: a la zarzuela, a la canción cubana. Siboney del gran Ernesto Lecuona nos conquista como ese alegato melancólico. El maestro Ángel Rodríguez, también ligado invariablemente al mestro Jesús Li (cuenta que la primera vez que vio al maestro fue en La Habana, interpretando el Fausto de Gounod y ahí decidió dedicarse a la música), es el hilo conductor del debut en sociedad de la joven María.. Sube al escenario su madre, la soprano Marybel Ferrales para cantar con ella. También su segundo padre, como ella le dice. Las emociones se palpan. Aplauso tras aplauso, la noche empieza a aclarar. Como una especie de aleph, o uno de esos raros fenómenos cuánticos temporales que se narran en las obras de ciencia ficción, la noche de 1995 y la noche de 2023 empiezan a despejarse.

Al finalizar el concierto, la directora general del Instituto Sonorense de Cultura, Beatriz Aldaco Encinas, le otorgó el reconocimiento al Talento Joven a la soprano María Li Ferrales.