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50 (o el oscuro deseo de la soledad)


La película se presentó en la Cineteca Sonora con la presencia del director Jorge Cuchí y los dos protagonistas (la sonorense Karla Coronado y José Antonio Toledano.

Hermosillo, Sonora; a 4 de noviembre de 2022.- La ballena azul. El animal más grande del mundo. Un cetáceo inmenso que navega por el océano pacífico. Ballena azul, es también un juego-macabro- que se hizo viral en 2017 que consistía en que los adolescentes que entraran debían cumplir 50 retos, siendo el último, el suicidio. Más allá de las narrativas mediáticas que se construyeron en torno a ese ‘juego’ (de la paranoia excesiva  a los discursos conservadores que siempre terminan colocando al internet como ese villano sin rostro que corrompe), la ballena azul sirve como punto de partida de la ópera prima del director Jorge Cuchi “50 (o dos ballenas se encuentran en la playa”), ganadora del Festival Internacional de Cine de Morelia en 2021 y exhibida en festivales internacionales como el de Venezia y Toulouse (donde fue la gran ganadora del certamen).

50 (o dos ballenas azules se encuentran en la playa) es antes que todo, una disección de la mente adolescente, de sus pulsiones, de sus resortes psicológicos; sin entrar en juicios moralinos o condescendientes. Somos testigos de la vida de dos jóvenes en la Ciudad de México, aislados, solitarios, melancólicos y flemáticos. La vida pasa y ellos están en los márgenes de la existencia, casi caminando de puntillas- Elisa (interpretada por la actriz sonorense Karla Coronado) y Félix, se encuentran, casi al azar (o eso creemos) para cumplir los 50 retos que propone el juego viral.

Ahí surge el amor, el chispazo. Y la idea de que el amor tiene esa cualidad redentora se apodera del filme. 50 es una obra iniciática, camina sobre los pasos de obras iniciáticas como “Batallas en el desierto” de José Emilio Pacheco o “El guardián entre el centeno” de Sallinger (en especial esa abulia existencial que comparten los protagonistas), o la película “Voy a explotar” de Gerardo Naranjo, o más recientemente con la serie de Netflix, “The end of the fucking world”. Sin embargo, la película de Cuchi pronto encuentra su propio camino y destino: explora y se adentra aún más en las profundidades de ese nihilismo adolescente. Contrario a la rebeldía, en cierto punto, justificada e inherente de la adolescencia en esos personajes, en 50, hay un vacío discursivo que empuja a nuestros protagonistas.

Con una estética cuidada- no podemos dejar de resaltar la decisión de dividir la pantalla (entre la melancolía de Edward Yang y la furia de Gaspar Noé), Elisa y Félix van estrechando su relación: Se van empujando el uno al otro en una espiral ascendente de violencia; de abandono a su realidad. La ballena azul ha zurcado. Los acompañamos en sus últimos retos: de caminar por los bordes del edificio más alto que encuentren a dispararle a algo (que se convierte en alguien) con una pistola.

Cuchi teje una historia dura y cruel, sin concesiones, con explosiones de humor negro y diálogos que encierran una gravedad y una inocencia a la par. Vemos esa inocencia de los chicos que no encuentran un propósito para seguir en vida. 50 es un relato duro que advierte: los adultos en la película son apenas voces fuera de cuadro, siluetas o planos cortados. Como si fueran los padres en Charlie Brown o en los Muppets, esa decisión es simbólica: Su ausencia y su falta de interés en realmente escuchar y comunicarse. En las familias de Elisa y Félix hay violencias simbólicas que se perpetuan y se ramifican.

La película de Cuchi si bien por momentos es cruda y no tiene empacho en mostrar escenas duras, no cae en la pornomiseria, por el contrario, obliga al espectador a cuestionarse. Y eso, al final, es de lo que se trata el arte. Porque llegamos al final: El suicidio. Mucho se ha teorizado acerca de este fenómeno. De Durkheim a Derridá, de Foucault a Byung Chal-Han, y sin embargo, seguimos absortos en una realidad que se niega a escuchar a los adolescentes.