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Del terror cósmico…al terror sinfónico.


Hermosillo, Sonora; a 27 de octubre de 2022.- Del terror cósmico de H.P. Lovecraft al terror sinfónico de la Banda Sinfónica del Estado de Sonora. A ambos conceptos los separan decenas de años y, sin embargo, ambos comparten la capacidad única del arte: Despertar sensaciones, emociones.
La noche del jueves, el Teatro de la Ciudad de la Casa de la Cultura fue el escenario y epicentro del miedo. Una sucursal de los terrores del ser humano, de las elucubraciones, las fantasías, los miedos inhóspitos y las paranoias que nos habitan a todos en ese inconsciente colectivo que compartimos. El teatro, donde no cabía un alfiler, fue testigo de una noche única: Un concierto multidisciplinar, perfecto en la ejecución de un programa tan bello como siniestro.
Empezó el concierto con esa introducción icónica de ‘Thriller’ de Michael Jackson, con la voz del maestro actoral del terror cinematográfico Vincent Price. El baterista, vestido con una sotana y una máscara de Scream, empieza su solo. Ha comenzado el descenso a los terrores que nos rondan.
“Terror sinfónico” es un recorrido lleno de guiños cinematográficos a todas esas películas que se han ido posicionando como clásicos de culto, que nos dejan un entramado colectivo en nuestros miedos comunes: el tour de force de “El bebé de Rosemary” con “Lullaby”, acompañada del Coro de la Universidad de Sonora y de la soprano María Li. “Vampire’s hunters” del clásico ochentero de Drácula.
Aparece Nosferatu. Su sinfonía, que en la ejecución de la Banda, adquiere una potencia inusitada. Al fondo del escenario baja una cuerda y sube una mano. Es Nosferatu en persona. Encarnado por el maestro Abel Corrales de Espacio aéreo. Su rostro, pálido y demacrado, fiel representación de esa época de entreguerras del filme de Murnau. Nosferatu sobrevuela acrobáticamente por encima de la Banda Sinfónica. Lo vemos todos absortos, como si estuviera a punto de atacarnos desde el cielo. Después empiezan los primeros compases de un circo. Pasamos de la Alemania de principios del siglo XX a la América profunda de los ochentas, estamos en un carnaval. De pronto: Pennywise. El payaso que aterrorizó los sueños de millones, el culpable de que nos cercioráramos de que no había nada en los desagües de las regaderas mientras nos bañábamos, no fuera que por una casualidad macabra, viéramos ese traje amarillo que aún hoy produce pesadillas.
Regresa el Coro de la Universidad de Sonora. 1…2…Freddy viene por ti. Retumban las voces en todo el teatro. Un silencio espectral nos recorre. Freddy Krueger aparece en escena. Su rostro desfigurado, su camiseta a rayas, sus garras. 3…4…no hay forma de escapar. El público parece hipnotizado, como si estuviera hurgando dentro de su propia memoria recordando esa primera vez que vio la película. Es la fuerza de la música, es el talento de la Banda Sinfónica, capaz de evocar otros tiempos, retazos y fragmentos de memorias que nos hacen estremecernos.
No podía faltar el dramatismo musical de Tubullar bells, de “El exorcista”. Quizás la película más referenciada de la historia. Vemos al Padre Karras luchas frente a ese demonio que tomó posesión del cuerpo de una joven adolescente. Esa adolecente que aparece en escena. Se trata de la artista Alondra Salazar, que con su cuerpo y elasticidad se eleva por los aires y mimetiza con esa escena tan potente que aún quema la retina de la joven poseída levitando sobre su cama.
Cierra el concierto con dos piezas que jamás de los jamases pueden faltar: El Carmina Burana que adquiere otra dimensión con las voces del coro y la ejecución de la Banda y el Ave Satani. Ambas piezas enchinan la piel desde sus primeros compases. Finaliza un concierto único en México, donde la música, el cine, las artes escénicas se conjugan para entregar una noche histórica liderada por la agrupación del maestro Renato Zupo. La música de la Banda nos obliga a ser protagonistas y seres metaficcionales. A través de su música hacemos ese recorrido por los productos cinematográficos que nos marcaron de una u otra forma, por las memorias de nuestras infancias; por los arquetipos del terror que moldearon muchas de nuestras noches. No puede haber mayor halago que decir que, por un momento en la noche, vivimos todo eso.