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Diálogos desde un automóvil atorado en la lluvia


Contracrónica

Álamos, Sonora; a 22 de enero de 2024.- Una pareja joven (en el final de los 20’s e inicio de los 30’s) se sube a su carro apuradamente. Hay una urgencia por sacudirse el agua de lluvia que los ha acorralado, desprevenidamente, a mitad del Callejón del Beso, en Álamos.

¿Qué hacemos?, pregunta el hombre, esperando una respuesta de su pareja.
Yo creo que esperamos a que baje un poco la lluvia, contesta ésta.

Han venido a la edición 39 del Festival Alfonso Ortiz Tirado. Vienen desde Hermosillo y ambos pidieron vacaciones para darse un viaje que se tenían prometido desde hace meses pero que por cuestiones de trabajo, no habían podido cumplirlo. Llegaron desde la noche del sábado para ver el concierto de la noche de gala de Jesús León, a la Sonora y ayer por la noche, estuvieron hasta que la neblina se hizo espesa en el foro de Las Delicias para ver a Porter, grupo de culto del rock mexicano en el siglo XXI. Han decidido quedarse en su carro-estacionado en las calles aledañas a La Alameda- para esperar que la lluvia baje un poco, y bien volver a bajar para cenar una pellizcadas, unas vampiras de carne asada o un hot-dog (ella elegiría comer una vampira por el sabor extra que da el asiento de chicharrón sobre esa especie de sope de harina que tan famoso es en Álamos). Son una pareja melómana, su gusto por la música- de cualquier estilo: de la ópera al jazz, del hip hop al rock, de la música de cámara a la cumbia- es como el hilo conductor de su amor.

Es en la impredecibilidad donde suceden las historias más bellas, en el caos de la incertidumbre. Mientras se quitan los abrigos mojados por la lluvia hay un sentimiento de cariño que corre subterráneo entre ellos. La lluvia sigue con su maquinal destino. Gota tras gota. Álamos y el FAOT van resguardándose poco a poco, como en cámara lenta. Una lluvia de esta magnitud en enero. ¿Quién lo diría?. Ella saca su celular y elige cuidadosamente una playlist de Spotify: Rock en español. Bien podrían ser dos personajes salidos de la imaginación febril e inconforme de José Agustín, recientemente fallecido. A la mejor una especie de sucesión de Ciudades Desiertas.

Ella piensa en la naturaleza como motor que lo rige todo. Piensa en el Choki ania, el mundo de las estrellas de los yaquis. Por la tarde fueron a visitar el Pabellón étnico y ahí revisitó, con la tecnología de la realidad aumentada, ese mundo. Él, por contra, ve de reojo una silueta que se acerca por su ventana a una velocidad que le parece antinatura: se trata de un joven y su triciclo que va sorteando los relieves de la calle empedrada y ve como los coricos, los cochitos, el pan de mantequilla y las donas glaseadas. Esa escena le recuerda a la exposición “Vestigios y tradiciones” de Evangelina Ley que se presentó en el Museo Costumbrista de Sonora el pasado sábado. Imágenes y anacronismos destinadas a irse difuminando en una memoria colectiva seducida por el discurso modernista y acrítico del “progreso”.

La lluvia mantiene su ritmo incesante y hasta parece tener cierta melodía. Él mueve sus manos como si estuviera dirigiendo a la Banda Sinfónica y ella persigue el sonido de su playlist con su cabeza. Hay en el silencio verbal de la pareja algo mágico e indescifrable. Sabines podría decir que se trata de esa forma de comunicación lateral y subversivo, efectivo y bello, el silencio verbal como la refinación más pura del amor.

Finalmente, pasado un tiempo la lluvia empieza a aminorar. El hombre prende el carro, una leve neblina sale del cofre. Salen de La Alameda rumbo al Noctambulario para ver a Jesús Acuña. La noche de la lluvia ha terminado.