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Crónica de una dádiva rebelde


En su kilométrico análisis de la risa, el filósofo francés, Henri Bergson, exploraba su tesis de que la risa surge cuando vemos lo mecánico calcado sobre la vida. Y claro, el humor es esa herramienta que, con sentido un tanto socarrón, nos pone de frente a muchas situaciones que ya damos por hecho y que procesamos mecánicamente, muchas veces, sin darnos cuenta de su naturaleza eminentemente absurda.

Bergson también explica en esa obra magna “La risa”, que el humor es un gesto social y exclusivamente humano. Y que la risa, necesita de eco. Así que aquí estamos, un viernes a las 8 de la noche en el foro “El foro” para ver “Crónica de una dádiva rebelde”, obra de Daniel Serrano y llevada a escena por MultiCultural Sonora. Una voz un poco aguardientosa da la primera llamada. Afuera del teatro hay pláticas y murmullos que tienen como epicentro la vida cultural de la capital sonorense.

La vida es eso que pasa entre llamada y llamada. Tercera llamada. El auditorio está sentado mientras desde el fondo del teatro surge una voz masculina que empieza a cantar una letanía. Se trata de Tadeo, un dramaturgo aristotélico, con ciertos anacronismos (como su desprecio por el teatro post-dramático o el teatro para bebés). Tadeo, interpretado por Francisco Verú, tiene un asistente, al que llama “El conde Ramírez”, un diligente mano derecha que inflama el ego del autor la vez que conoce las vísceras del mundo cultural y su empecinada carga burocrática.

Tadeo ( a través de Ramírez, como siempre), aplica para una beca en el SAC (en realidad el Sistema Nacional de Creadores) con un proyecto realizado por el propio Ramírez con las premuras de los tiempos y que se trata de una trilogía de obras de teatro para bebés con temáticas de asesinos seriales. El proyecto es aprobado por el jurado del SAC, por considerarlo “vanguardista” y disruptivo. Cuando Tadeo se da cuenta del desaguisado empieza un viaje a los infiernos burocráticos: a convencer a los tres jueces de poder cambiar su proyecto.

Crónica de una dádiva rebelde” encierra en sí los patrones del resto de obras de Daniel Serrano (desde “Roma hasta el final de la vía” hasta “La oscuridad que se tragó a los amantes”; de “Madrugada en Svalbard” a “El cazador de gringos”): una narrativa ágil, unos diálogos riquísimos verbalmente – y representados con un gran timing por los actores de Multicultural, especial mención a la química construida por Francisco Verú y Dettmar Yáñez-, un humor corrosivo que siempre tiene la mira y el tino fijo. La obra se convierte en una sátira, en una obra que ironiza sobre los entresijos de las mafias culturales mexicanas- y podríamos extenderlo a mundiales-. La burocracia cultural. En un mundo ideal, debería ser considerado una especie de oxímoron. En nuestra realidad, es la narrativa hegemónica.

Así que ahí vamos: Tadeo, el dramaturgo aristotélico, alérgico a las frivolidades de la evolución estilística posmoderna, con sus soliloquios (y la ironía de utilizarlos fuera de tiempo, como su odiado teatro post- dramático) que lo emparentan, un poco, con la soberbia de Ignatius Reilly-el protagonista de aquella obra inclasificable de Kennedy O’toole: La conjura de los necios– ir a pistear con Velarde -el primer juez: un hombre de humor escatológico, bebedor empedernido, epítome del machismo mexicano y, sin embargo, de orientación homosexual (otra de las firmas de Daniel Serrano: las contradicciones en los arquetipos de sus personajes)-, al Bar Pluma Blanca. Hasta que la madrugada llegue, y como si fueran hombres al alba, aquellos seres que describía con belleza Efraín Huerta. De ahí, a cenar en un restaurante lujoso con el segundo juez -un crítico desempleado y que encarna el cliché de la corrupción- y a desayunar con la tercera jueza: una joven dramaturga un tanto frívola y vanidosa. Esos descensos a los círculos de los infiernos burocráticos también empequeñecen y anestesian la grandilocuencia verbal de Tadeo. Le rebajan su ego. Tadeo, de ser aquel genio del teatro aristotélico, se convierte en un hombre pequeñito que se alinea a los caprichos de la maquinaria cultural.

Multicultural Sonora logra llevar a escena una obra divertida, cómica, pero con un subtexto muy vigente. Para retomar a Bergson “La palabra es ingeniosa cuando nos hace reír de nosotros mismos”. En Crónica de una dádiva rebelde, nos reímos, pero también nos lamentamos.