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Mediación de la tormenta


Pandemia: f. Med.- Episodio que obligó a la humanidad a confinarse. Como si fuera una distopía, la pandemia provocada por el Covid nos llevó a todos a encerrarnos en nuestros hogares y en nuestras mentes.

2.- Evento cuasi-apocalíptico que marcó un antes y un después en la humanidad.

3.- Depósito de memorias y dolores, pérdidas y llantos, soledades que nos aquejaron.

La pandemia provocada por el Covid-19 aún tiene sus huellas en la psique colectiva de la humanidad. Herida que aún no sana-evidentemente pues sólo han pasado dos años de su pico y ahora, como diría Zizek y tantos intelectuales más, vivimos en el mundo post-pandémico- y que tenemos que ir conviviendo con su permanencia e inmanencia.

En ese contexto surge “Mediación de la tormenta” del artista multidisciplinar Antonio Salinas que se presentó la noche del jueves en el Festival Un Desierto Para la Danza. Antes de hablar a profundidad de la obra de Salinas, tenemos que definirla: fiel a su experimentación y desdibujamiento de las frontales formales de las artes y sus géneros, “Mediación de la tormenta” es una obra unipersonal donde entra la danza y el teatro, el monólogo inclemente, una especie de poema escénico que nos narra los adentros de un hombre-que epitomiza a la humanidad- en ese tiempo-espacio pandémico.

Antonio encarna a un hombre en impermeable que quiere festejar su cumpleaños, pero la soledad es su único invitado. Así va arrancando su viaje interior: la obra intercala reflexiones íntimas con episodios de la cultura popular-como el ver un partido de fútbol en televisión abierta, hacer una videollamada, estar en el celular a tal punto de considerarlo otro personaje-. Salinas va tejiendo su obra con las ausencias, con las pulsiones generadas por la soledad. Somos testigos de sus desvaríos: hay una fijación en la experimentación vocal porque ¿qué es más humano que la voz?, nos satura sus gritos electrónicos, el ruido metálico y digital.

Mediación de la tormenta” se convierte en una secuencia de imágenes melancólicas, divertidas, tristísimas; en un soliloquio donde todos nos podemos reconocer: la ansiedad, la necesidad del contacto humano, los juegos mentales que atravesamos en la pandemia. Y encontramos la dicha en los privilegios que dábamos por hecho: el poder salir a dar una vuelta a donde quisiéramos, sin ese temor horrible de enfermarnos.

Somos testigos fantasmales de esa soledad aislante. Y salimos de la obra con la necesidad del contacto con toda la humanidad.