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Una noche de primavera con la Banda Sinfónica


Una noche de primavera el Museo de Culturas Populares e Indígenas de Sonora abrirá sus puertas. Una noche de primavera, sonidos potentes y bellísimos, rugidos surgidos desde el alma virtuosa de músicos virtuosos, iluminarán ese recinto que encierra en sus paredes tantas historias, espíritus y crónicas agigantadas por una energía llena de extrañezas. Esa noche de primavera fue hoy y fue gracias al Concierto de Música de Cámara interpretado por la Banda Sinfónica del Estado de Sonora.

El programa está lleno de guiños históricos y deleites que en los instrumentos de aliento adquieren un matiz poético, divino, casi esotérico. Asistimos pues, a un despertar, a una ensoñación, habitamos, durante el tiempo musical de la presentación a ese espacio onírico que describió con tanta belleza la filósofa española María Zambrano: el no-espacio. Un lugar donde cualquier cosa puede pasar. Embelesados por las notas musicales de los clarinetes, saxofones, percusiones de los miembros de la agrupación dirigida por el maestro Renato Zupo, pronto empezamos a ver como los murales del histórico edificio parecen haber despertado: los trazos muralísticos de Ethel Cook se mueven al compás de las notas musicales, las leyendas en lenguajes de los grupos originarios de Sonora también parecen recorrerse.

¿Y se les puede culpar?

Pasamos de Blass Colomar a Joseph Haydn, de Haydn al Libertango del gran genio vanguardista del tango Astor Piazella, de la libertad del bandoneón del maestro argentino al genio melancólico del uruguayo Enrique Crespo, revisitamos Portales de madrugada al Danzón Nereidas. Hay mucho aliento musical. El aliento del público, en contraposición, se ha ido asombrados por la belleza técnica y de ese indescifrable que uno está viviendo algo tan bello.

Para retomar el pensamiento de María Zambrano: “La música es la diosa que sirve a la memoria. La música nació para vencer el tiempo y la muerte. Su seguidora”.