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La disputa resuelta


 

Son 38 ediciones del Festival Alfonso Ortiz Tirado. En ese lapso han transitado los artistas y músicos más relevantes y con ello a cuestas, uno pensaría que hay poco margen para ver algo totalmente diferente. Y sin embargo, la noche de ayer, fuimos testigos de un concierto único, de avanzada que resuelve una tensión dialéctica, en principio, extraña: una banda sinfónica acompañando zarzuelas y obras de ópera. Como dos polos opuestos, a la potencia que se le supone a una agrupación compuesta con instrumentos de viento, se le contrapone la sutileza y miniaturismo musical de la ópera. Eso en la teoría. Y sin embargo, la realidad, tizuda como ella sola, es diferente. La noche alamense vio a la Banda Sinfónica del Estado de Sonora convertirse en el acompañante perfecto del barítono Manuel Vera, la soprano Angélica Alejandre y el tenor Alan Pingarrón.

Gala de ópera y zarzuela empieza con la Obertura de la ópera Carmen, de Bizet. Pese a ser una pieza francesa, es la obra que mejor encapsula la riqueza musical española. Pasional, hermosa, profunda, lúdica. La agrupación del director Renato Zupo lleva tiempo evolucionando hacia caminos poco trnasitados y da fe de la elasticidad y versatilidad sonoro que la han convertido en una Banda de referencia. La voz del barítono Manuel Vera arranca con “Toreador”, de la misma ópera. Es hora de las zarzuelas y de las voces jóvenes y bellas y llenas de futuro de Angélica Alejandre y Alan Pingarrón. El programa tiene como hilo conductor la música española. La configuración de dicho programa nos conduce a esa vitalidad, eso que se le presupone a lo latino, esa canto al pequeño espacio entre la tragedia y la celebración, a esa candorosa belleza.

La mitología musical señala que los instrumentos de viento nacen con un sentido profundamente litúrgico: espantar los malos espíritus, acompañar los procesos ritualísticos, cantarle alguna deidad pagana. Su devenir en el tiempo fue refinándolos pero nunca ha perdido esa fuerza primitiva, esa furia sonora, ese sentir tan puro que transmite a un público cautivo que escucha no sólo con los oídos, sino con el corazón.

Habría que escribir una tesis acerca de ese gesto, tan bello y honroso, que es el que una persona se levante y aplauda con tanta fuerza que el estruendo se convierta en un otra pieza musical, al unísono. Eso pasó ayer. Eso fue la quinta noche de gala del Festival Alfonso Ortiz Tirado,