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Poética del movimiento


Hermosillo, Sonora; a 29 de septiembre

Antes de entrar, tome sus Lentes 3D. Eso en sí mismo es ya una proposición vital de lo que estamos a punto de ver como espectadores. Se trata de Art of movement del artista escocés Billy Cowie. La gente toma su asiento, están a punto de experimentar un juego de percepciones, de simulaciones, donde el dique que separa la realidad de la ficción es desbordado por la mente febril de Cowie.

Una mujer japonesa (Kazuko Hohki) recibe a la audiencia. Sentada en el lado izquierdo del escenario, con una voz robotizada y un libro en su regazo, nos va diciendo en un inglés extraño las descripciones de algunos movimientos de danza. No está exento de ese humor negro, seco, típicamente británico. Atrás de ella se proyecta la obra del artista visual Silke Mansholt; un paisaje minimalista y futurista. Kazuko Hohki desaparece. Se ilummina el lado derecho del escenario. Aparecen dos danzantes arriba de un cubículo de menos de un metro. Ahí ejemplifican lo que Hohki acaba de describir en su voz robotizada. Es el dominio absoluto del cuerpo. Las bailarianas (la hermosillensDaniela Urías y la regiomontana Mariana García) parecen estar en una cabina de Peep show, o atrapadas en un dispositivo del Teatro Lambe Lambe. La narración de otros movimientos siguen, y ahora en esos cubículos donde antes sólo estaban dos danzantes, ahora hay 4. Es la muestra del poder de la tecnología, la simulación como herramienta discursiva-escénica. Como espectadores necesitamos calibrar qué es real y qué no. Se convierte en un ejercicio autoreferencial de la coreografía y la danza representándose a sí misma. También en la manifestación de la poliangularidad, ese concepto que aplica para el muralismo pero que aquí se sobredimensiona.

¿Qué de lo que vemos es real y que es un holograma? Esa manipulación de nuestros sentidos nos convierte en sujetos de laboratorio. Si el crítico literario Frank Kermode explicaba su fascinación por el futuro donde superaríamos la concepción de la realidad (post-realidad), en Art of movement es echar un vistazo hacia allá.

Sigue “Tango de Soledad”. Es un paso más allá en las posibilidades de la danza estereoscópica. Observamos a una mujer ataviada en un vestido largo, en un cuarto de estética decimonónica. Hay un subversión del espacio: En vez de ser el público el que invade con su mirada al danzante, ahora en la obra de Cowie, somos nosotros los que somos invadidos y puestos en ese cuarto, como vouyeristas incómodos. El tango empieza a sonar, un tango que bien podría ser del Astor Piazolla más ortodoxo. La mujer se mueve como si fuera un especie de Femme fatale. Va y viene por el cuarto, se mueve con la gracia y la sensualidad del bandoleón. Ese erotismo y melancolía inherente al tango posee los movimientos de ella. De vez en cuando recita una especie de mantra, parece la voz de Marina Cedro. Sólo nos toca disfrutar.

La última pieza es la más chocante y agresiva: Dark Rain. Prohibido parpadear, aunque con la maestría visual es imposible hacerlo. Daniela Urías y Mariana García nos llevan por un viaje lisérgico, empotradas ellas desde sus cubículos, las líneas, las luces, el parpadeo incesante, nos guían por sensaciones que se asemejan a la taquicardia. Cowie se pregunta ¿qué pasa si limitamos el movimiento en la danza? La respuesta es la poética de la mecánica corporal.