La ciudad del Soul: el fin de la alteridad.
       Ana Álvarez

Más allá del significado del diccionario, del texto académico y de los manuales periodísticos, ¿qué es la crónica? O, para descargarnos de la definición metafísica implícita en el qué es, podríamos cambiar la pregunta a ¿cómo es la crónica? En contraposición a la historia y al periodismo acorde con el paradigma de la objetividad, la crónica aparece como un pequeño fragmento o episodio donde la subjetividad es posible. La mirada del autor organiza estilísticamente el hecho y nos presenta un texto híbrido que dificulta su lugar definitivo en una sección determinada de las librerías.

            La problematización del hecho no-ficcional de la crónica aparece menos interesante, al menos en un primer momento, que el significado de su auge en el país. ¿A qué señala el reciente interés en México por este ornitorrinco de la prosa, como lo llama Juan Villoro? Frente al afán de los medios de comunicación por presentar un periodismo obsoleto regido por la reproducción de la declaración del funcionario, la crónica vuelve a dignificar la figura del periodista como un intelectual y no como un escritor de notas. A través de la crónica, el periodista reclama su estatuto de autor con todo el peso que la tradición literaria le otorga.

Muchas veces la crónica, dentro del mundo de los textos de no-ficción, nos presenta una historia distinta a las grandes verdades ya muertas, resucitadas y muertas de nuevo en los discursos filosóficos, pero vivas en los discursos oficiales; frente a esas supuestas grandes verdades, la crónica aparece con una voz distintiva porque de antemano pone de manifiesto su carácter o subjetivo, o fragmentario, o de constructo.

La ciudad del soul (2015), de Carlos Sánchez, aparece dentro de este contexto como un documento testimonial tanto de sus protagonistas como del autor mismo. Carlos Sánchez, aprovechando el parónimo, rebautiza la ciudad de Hermosillo como si esta pudiera leerse en el género musical que expresa, por definición, el alma de sus intérpretes. La composición la conforman desaparecidos con nombres (Marco y Jesús Arana) y con madres (Consuelo Murillo y Esperanza Mota); víctimas de feminicidio, como Manuela Esperanza, que se convirtió en estadística, móvil para el salario de un ministerio público (Sánchez 27) y como Cynthia Abigail Nicolás Ramos, cuya historia, afirma el autor, yace en la hemeroteca de las páginas policiacas (Sánchez 28); seres nocturnos como la bailarina del tabledance La Habana que en su repertorio incluye canciones de Café Tacuba; presos como el Judas quien escribe literatura sincera y quien hace llorar al autor que lo pone a él mismo como personaje.

Todos ellos dejaron de ser cifras, excepciones, desviaciones y se convirtieron en humanos a través de sus historias; como si el acto de la narración practicado por el autor develara no la naturaleza de estos personajes, sino sus circunstancias; como si  el objetivo de estas crónicas fuera reinsertar a estos seres humanos dentro de la causalidad y extraerlos del juicio moral maniqueo que dictamina sin entender; como si el texto cumpliera un acto de justicia poética ausente en todo lo que llamamos no ficción.

A la par que Carlos Sánchez presta voz a estos seres, él mismo se configura dentro de este espacio marginal. A manera de manifiesto poético, en Los mismos dolores, Sánchez declara:

Me dicen que deje de joder con los temas de la raza. Que me olvide ya de los malandrines, apodo peyorativo del locutor Beto Bandido, perfecto dramatizador de las tragedias ajenas, panegírico a veces de quienes dictan las reglas del juego. Servidor, pues, de la gente bien, de esos empresarios que llenan de anuncios su programa Bandas y bandidos. Idem.

Me dicen que ya chole con esas historias de los que nada tienen, los que nada aportan, sino al contrario, afectan y afean la ciudad.

Terco me aferro por inercia, por una rara e inexplicable vocación de regresar allá, a las cárceles donde viven esos apestaditos que en su historia de vida, en sus acciones, han dictado la nota roja que construye el rating del programa de marras.

[…] Me dicen que deje de joder con las historias del barrio, que la vida está hecha de otras cosas, de polémicas políticas, por ejemplo; de ciclones y alza a las tarifas eléctricas, la gasolina, el transporte.

[…] Me instruyen para que voltee a otro lado, a otras vidas, otras historias. Me critican hasta juzgarme.
Mientras esas voces se esfuerzan por abrirme los ojos, el Judas me los llena de lágrimas al contarme en su texto cómo su carnal José murió de un tiro en la cabeza, detrás de su casa, una madrugada cualquiera. Y desde ese momento, su vida se transformó, porque lo amaba, porque su hermano lo protegía. Lo ilustra diciendo que el José le compraba ropa, lo traía bien línea: Quería lo mejor para mí.

Dejo de leer y me dispongo a obedecer al instinto. Deseando que amanezca ya para encontrarme con la mirada del Judas y confesarle a través de este texto, que su carnal era mi carnal. (Sánchez 73-75)

            Fuera de un intento etnográfico de lo exótico, el autor nos presenta el mundo de estas personas marginadas configurándose, él mismo, en estos márgenes. No se trata, entonces, de una empatía benevolente del colonizador, del antropólogo o del funcionario hacia el “otro”, sino de un verdadero (o al menos verosímil, como lo exige la literatura) interés por encontrarse a sí mismo dentro de esa otredad. Nada más abigaleano, herencia que el autor carga fielmente y sin presunción alguna, aunque lo amerite.

            La ciudad del soul no es una reconstrucción idílica de los otros ni un libro de nota roja, sino testimonios de la espera, de la carencia, del dolor, dentro de actores reales. Afirma el autor: los años abrieron mis ojos para enterarme con sorpresa de que el barrio no es un Macondo, un invento literario (Sánchez 25). Transformación curiosa: los habitantes del barrio desliteraturizados en una obra literaria. La ciudad del soul se presenta como un testimonio de los que no cuentan sus historias porque no las consideran dignas de ser contadas; a lo largo de su lectura, Carlos Sánchez demuestra este error a través de la existencia de esos otros mundos silenciados, la lógica que los subyace y, sobre todo, nuestra propia humanidad en distintas situaciones.

Sánchez, Carlos. La ciudad del soul. Ciudad de México: Nitro/Press, 2015.
Texto leído en la presentación del libro (29 de octubre), en el marco de la Feria del Libro Hermosillo 2015