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A piedra y lodo


El jesuita Athanasius Kircher dedicó buena parte de su vida a la construcción de cajas ópticas, de jugar con ángulos y reflejos, con la creación de intrincados laberintos de espejos que proyectaran, minimizaran o magnificaran aquello que reflejaban. Sin darse cuenta, el sabio jesuita, desarrolló y matizó nuestra comprensión de la realidad: la linealidad y las verdades absolutas parecen lejanas y el sentido de la mirada depende del punto desde dónde vemos esa realidad.
Sirva esta introducción como una forma de adentrarnos a la exposición “A Piedra y lodo” del artista Esteban Lechuga, que se inaugurará en el Museo de Arte de Sonora el próximo 31 de marzo, que es un juego de espejos desde su inicio.
“A piedra y lodo” es una serie experimental desde su propia concepción: Su objeto de representación es la cosmogonía yaqui desde episodios icónicos y paradigmáticos que los han atravesado: desde sus rituales de iniciación adolescente o el mito del árbol parlante hasta esos pasajes terroríficos de opresión, persecución e invisibilización de su cultura desde los ejercicios asimétricos de poder encapsulados en ideas tan vagas como ambiguas como lo es el ‘progreso’ o la idea de una patria homogénea.
Esteban, a medio camino entre la pulsión artística y el rigor académico de la etnografía, construye su re-reinterpretación de esas escenas, dándole un giro y su propio sello estético. A esa especie de híper-realismo que buena parte de artistas se han acercado para pintar los motivos, episodios y universos de los pueblos étnicos-que paradójicamente conducen a errores y yerros de representación-, Esteban Lechuga antepone su visión de los hechos. No lo hace desde la ignorancia o la colección de clichés, lugares comunes o arquetipos que la occidentalidad ha construido, sino desde una comprensión que surge de la investigación, el trabajo de campo y el erudismo del académico Tonatiuh Castro.
Así, “A piedra y lodo” ofrece una colección de escenas interpretadas, reinterpretadas y re-reinterpretadas por el autor sobre la cultura yaqui. Observamos a una pequeña internarse en un bosque, en una escena rutinaria que explora la relación de los yaquis con la naturaleza; hay también la furia pasional de la destrucción y las cicatrices emocionales y materiales que ha dejado la opresión sistémica en el incendio de un templo. Hay también una mitificación de las escenas, todas pasadas por una salvaje mirada subjetiva que atraviesa la exposición.

El autor propone una provocación, sus cuadros son las heterotopias y heterocronías de las que teorizaba Foucault: los lugares-otros, los espacios y los tiempos que son y que, además, representan lo otro. En este caso, una historia y una cultura tan maravillosa.