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EL buqui y el mezquite


Hablar de la obra de teatro El buqui y el mezquite de Multicultural Sonora es emprender un viaje a la infancia, a las primeras miradas, a un mundo que, como adultos, a veces olvidamos que nosotros lo habitábamos: el de la fantasía, el de la aventura, el de la ensoñación.

El buqui y el mezquite es, antes que nada, un canto a la vida, una experiencia sensorial, colorida, geométrica, dinámica, que tiene como público meta a las niñas y niños pero que contiene una sabiduría para el resto de públicos. El día de hoy, en el marco del 15 Maratón de Teatro para niñas, niños y jóvenes, el Teatro de la Ciudad de la Casa de la Cultura estuvo repleto para ver la historia de Alejo, Yoania y Zun Zun.

Zun Zun, un colibrí bellisimo que, además lleva el peso de la narración, como un autor omnipresente va narrando como una prolepsis melancólica la historia de Alejo, el buqui, y  Yoania, el mezquite. Desde su infancia, Alejo, un tanto melancólico conoce a Yoania, un mezquite ajeno a las viscisitudes de la vida humana, siempre puro e inocente.  Su amistad es inmediata y empiezan a fraguar aventuras desde la imaginación. Alejo recorre las ramas y sube por el tronco de Yoania, se proclama “El Rey del desierto”. La fantasía como evasión de una realidad que no es la ideal. Así cimentan su relación.

El buqui y el mezquite, también funciona como una breve enciclopedia de la cultura tradicional sonorense: de su música a su lenguaje, eslabones de identidad que construyen quienes somos. Pasamos de la música de Rodolfo Campodónico a la voz inmaculada de Alfonso Ortiz Tirado, de La Yaquesita a la chúcata, vocablo bien sonorense. Funciona, también, como una alegoría ecológica, nuestra relación con nuestro medio ambiente: Amparados en esa idea ambigua del ‘progreso’, el crecimiento de Alejo-y la pérdida de esa primera mirada inocente- lo va alejando de Yoania, su amigo vegetal.

Como historias-viñeta, saltamos a la adolescencia de Alejo, a su adultez y a su vejez. Siempre revisitando-eso sí, cada vez más espacioso,cada vez menos fantasioso- a Yoania, su viejo amigo. Siempre hay algo que hace incompleto la dicha del buqui-ya crecido-. En su adultez, le hace falta un barco para zarpar los ríos y mares. Yoania, en su madurez, le ofrece sus brazos de madera y también su tronco. Eso hará feliz a Alejo aún a costa de su frondosidad, de su esplendor natural.

La obra, dirigida por Dettmar Yáñez hace hincapié en el proceso de crecimiento, en la necesidad de comprender a nuestras infancias: y es ajeno a la condescendencia que luego impera en el teatro infantil, por el contrario, El buqui y el mezquite ahonda en temáticas complejas como es el paso del tiempo, la alienación del ser, el deseo materialista que nos imponemos y, finalmente, ese primer acercamiento a la muerte y a la pérdida de la infancia.

Reza un axioma que hay una paradoja trágica en la felicidad-ese gran motor subterráneo de la psique de Alejo- y es que sólo puede ser retrospectiva. Al final de la obra, cuando de Yoania sólo queda un pequeño tronco mutilado, y Alejo, ya en su vejez sólo quiere descansar, sólo le queda ofrecerle un lugar donde sentarse.