El crítico literario Frank Kermode pasó los últimos años de su vida encerrado tratando de darle un sentido al final-de todo-. En ese exilio individual al que se sometió-y que fue sucesor, en una sincronía macabra, de su gran libro “El sentido de un final-, Kermode entendió que no hay un final. La vida sigue y los finales son apenas, pequeños círculos que se cierran tan sólo para iniciar nuevos círculos-o ciclos-. La novena noche del Festival Alfonso Ortiz Tirado dejó un concierto para la memoria.
Y es que la soprano Lourdes Ambriz, galardonada con la medalla Alfonso Ortiz Tirado, Verónica Alexandersson y la Orquesta Filarmónica de Sonora, ofrecieron un evento musical que trasciende la historia: intimista, bello, dulce, pasional. Dos voces maduras y bellísimas. Se trata de un concierto que bien podría ser hecho por un miniaturista, de aquellos que construyen un barco dentro de una botella de vino.
A una primera parte clásica que va de Handel a Mozart, las voces de las dos sopranos vuelan en el Palacio Municipal de Álamos, hogar de las mejores voces. Hay un recorrido por el pasado de ambas artistas: Un reencuentro por su paso por la Ópera Aérea realizado hace años y que aún hoy, sin la necesidad de los cables y cuerdas que las menean, sin la necesidad del funambulismo acrobático, Lourdes y Verónica siguen encandilando a los presentes.
El final. Sí, el final. Como decía Kermode: “No hay un final. Es sólo la maravillosa continuación de que todo sigue”. Nos vemos el siguiente año, Álamos.